martes, 10 de diciembre de 2013

The Walkmen: Goodbye.





                                                                                          The Walkmen: directo al grano.

Hoy nos hemos levantado con una muy mala noticia: THE WALKMEN, una de las bandas que más ha significado para KISTE F.M. en todos estos años se nos va. Ha sido un auténtico placer disfrutar de un grupo que llenó de sangre y fuego muchos de nuestros momentos. Sus directos eran excepcionales, conseguían levantar a un muerto y elevarte tanto como los mordiscos y aullidos de su lider Hamilton Leithauser. En homenaje, rescatamos esta crónica de su primera visita a Madrid, publicada para NEO2 hace ya unos cuantos años. Un delirante y surrealista acto de profesionalidad y amor a la música en directo. GRACIAS.


12 DE NOVIEMBRE 2010, SALA RAMDALL. MADRID


  Después de muchos años de espera, por fin, The Walkmen aterrizó en nuestro país en la gira de presentación del sensacional “Lisbon”, Fat possum 2010. Bien es cierto que actuaron en un FIB, pero teniendo en cuenta que esta grandísima banda pertenece a esa otra liga de músicos al más puro y genuino estilo underground, un festival mastodóntico no es el sitio idóneo para verlos. Una sala, cuanto más pequeña y escondida, mucho mejor. Aparentemente todo eso parecía encajar, pero de repente… surgió proyectada desde el maravilloso “Templo de Debod” una sala llamada: “Ramdall”. Sonaba a tierras altas llenas de Orcos y demás fandrollos* del mundo Tolkien. Sin embargo, teníamos ante nuestros ojos una especie de sala-bingo decadente, enmoquetada en su recibidor y al fondo un escenario austero y desolador lleno de olor a tómbola. Ante este panorama podían darse dos posibilidades: o esto terminaba en éxito o en el fracaso más estrepitoso.
   En la “noche neoyorquina de Madrid”, como absurdamente se empeñaron en recalcar los medios en los días previos - tocaban en otro punto Vampire Weekend y los insulsos The Drums-, la opción musical inteligente era estar con The Walkmen. Poco después de las diez de la noche, en una sala donde había un pequeño número de fans y uno mucho más amplio de figurantes (probablemente clientela habitual a la que habían obsequiado con entradas para hacer bulto), aparecieron sobre ese “escenario”, capitaneados por la voz inalcanzable de Hamilton Leithauser - a veces crooner, otras ensangrentadamente desgarrado-, con la misión de darle la vuelta a la tortilla. Sin más apretaron el gatillo y tres disparos sucios dieron en plena diana: "On the Water", "In the New Year" y "Angela Surf City". Balas que chocaban con el infame sonido de la sala-bingo, abrirse hueco entre tamaño desastre parecía tarea imposible. Pero aún así, la fuerza de su interpretación fue limando todas las adversidades. La temperatura subió muchos grados y al mismo tiempo se quitaban de encima los pesos pesados de su repertorio más reciente. Planteamiento inteligente. Caldeado el ambiente, nos agarraron de una mano y sacaron a bailar con esa joya pop que es "Woe Is Me". La luz iba surgiendo de las tinieblas. Le siguió la genial "Blue" as your Blood. La banda compacta, entregada a su arte, impasible ante los silbidos de pueblo de más de un garrulo que no tenía culpa alguna de estar allí. El disparate no hacía más que engordar la leyenda. Llegados a este punto, el concierto había evitado todas las trabas posibles; era el mejor momento para tocar "Victory". La fuerza de la voz de Hamilton Leithauser, enfundado en una chaqueta cuatro tallas más grande y con unos preciosos zapatitos castellanos – ¡esto sí que es ser indie!-, más los hostiazos de ese pequeño gran hombre que es Matt Barrick, hicieron que el desenfreno rock llegase a Ramdall para quedarse. El bueno de Hamilton con su mano izquierda metida en el bolsillo siempre que hay que bajar la luz. "While I Shovel the Snow" sonó escandalosamente angelical. La introspectiva Canadian Girl ya se mecía a sus anchas, impulsada por los chasquidos de Barrick y abrazada por la impertérrita Rickenbaker de Paul Maroon. Con los garrulos desplazados por el arte y sus fans en una nube, todo alcanzaba cotas memorables. "Four Provinces" con un despliegue de ritmos y compases imposibles, sin palabras. Estruendo. 
  Antes de cerrar el concierto una cautivadora "Everyone Who Pretended To Like Me Is Gone". "Lisbon" y su tono solemne, sin vientos, nos elevó al cielo de Madrid.


Los presentes queríamos más y así fue. Salieron con la onírica, "We´ve Been Had", de su primer álbum, preciosismo sonoro creado por los teclados de Walter Martin y la sensualidad del tono de su cantante. Tocaba la presentación de la banda entre el clamor de la acalorada audiencia, seguidamente arrancaron con la esperadísima The Rat, una burrada. El músculo había hecho acto de presencia. La maravillosa "Juveniles" surgió entre el delirio de todos nosotros, con ese teclado tan ensoñador y mágico. Desbordados y entregados en cuerpo y alma, no podíamos pedir más. The Walkmen nos dejaron noqueados por completo, al borde del éxtasis. Terminaron escribiendo, con letras de oro, un concierto insuperable, histórico y emocionante. Como epílogo a esta noche increíble se despidieron con un waltz rebosante de alma negra: Another one goes by, de su tercer álbum “A hundred miles off”. La humildad es una virtud que muy pocos pueden potenciar. The Walkmen demostraron que son la mejor banda underground de toda América, probablemente del mundo. Adaptándose al peor de los medios, dieron todo su arte sin esperar nada a cambio.
Mientras en otro punto de la capital cientos de modernos se dejaban chupar la sangre, unos cuantos privilegiados dejamos que nos devorasen el alma sin oponer resistencia alguna. Esa noche, como dijo un colega, The Walkmen cantó Bingo.

* Fandrollos: dícese de aquello indefinible. Se puede utilizar indistintamente con personas, animales o cosas.

Javier Mateos



Set list después de la tapa






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